viernes, 15 de octubre de 2010

LA SENCILLEZ Y LA SINCERIDAD GANAN CORAZONES





Un día Jesús fue invitado por jefe fariseo a una cena solemne, con muchos huéspedes. Al observar que los invitados escogían los primeros puestos, Jesús les propone escoger los últimos. Así, cuando venga el que los invitó dirá “Amigo, ven a sentarte más cerca”. Entonces quedará muy bien ante todos los comensales.



La propuesta de Jesús no es sólo una norma de educación y menos sagaz cálculo para hacerse buscar; Él crítica a quienes buscan honores y prestigio, aparentando lo que no son. En la comunidad de Jesús tal comportamiento no tiene cabida, porque “todo ell que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”. En la escala de puestos que Jesús establece, el primero es el último, el que sirve. Son los pobres, los marginados, los enfermos, los que obtienen un trato preferencial. Dios “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”.



A los arrogantes y orgullosos se les pedirá “ceder el puesto” a quienes han humillado, despreciado, maltratado y sometido a la vergüenza. Nada nos aleja tanto de nuestros hermanos de Dios como la altanería, el cálculo y el competir para ser más que los otros, creyendo que “tanto vales cuanto aparentas”. Hacer consistir la propia personalidad y valía en la apariencia u ostentación es una actitud insincera e incoherente, condenada por Jesús y por el sentido común.



Amar a quien nos ama, invitar a quien nos invita, puede ser la actitud egoísta de quien busca sólo su propio interés. Es un error creer que uno pertenece a la comunidad de Jesús por el hecho de compartir con quien puede invitarnos más adelante o de saber desenvolverse en el circulo de amistades y en las relaciones familiares.



“Dichoso tú si no pueden pagarte”. Es difícil entender estas palabras en un mundo donde predomina el intercambio, el provecho y el interés. Sin embargo, los momentos más bellos de nuestras vidas son los que sabemos vivir en la gratuidad y la generosidad, y cuando somos un regalo inmerecido del amor de Dios.



La verdadera grandeza del hombre se mide por su riqueza interior y humana, es decir, por su capacidad de amar. La humanidad no es masoquismo, sino el justo conocimiento de si mismo para ocupar exactamente el propio lugar en el banquete del reino del gozo sin fin.


No hay comentarios:

Publicar un comentario